Escogí ese lugar porque su nombre me incitaba a callar, a oír el susurro del canto de un pájaro, a escuchar las palabras de un río, los niños jugando y riendo al anochecer.
Elegí ir a allí, para que mi retoño y otoño se juntaran y me dieran cobijo, la fuerza de sus castaños nos alojaran y allí pudiéramos cenar bajo la luna y con la luz del silencio.
Fue el sitio que me invitó a conocer su historia, sus gentes, sus frutos y sus vistas me iban relatando sus acontecimientos históricos.
Un camino que empieza y no terminas de andar, un sendero que se va adentrando a un bosque bajo, y según vas recorriéndolo te enseña sus alturas.
Es un lugar que no terminas de conocer al completo por mucho empeño que le pongas, ya que tiene caminos que no han sido recorridos en años, en siglos, y han dejado sus tesoros como prueba de su pasar.
Un lugar donde los pensamientos de gentes ingentes van cantando su pesar en silencio, un sitio que el devenir del gentío ha guardado sus pensamientos remotos de ese momento y sólo se escucha con el susurro del sigilo.
Los árboles te alimentan, el viento te refresca y el agua no deja de sonar como muestra de tu existir, vas dejando tus pesares al caminar. Y se los lleva el silencio con los demás.
La hospitalidad de sus paisanos no te permite añorar, es un sitio que te invita a regresar, a caminar a descubrir las huellas de los ancestros que dejaron sin pensar y el susurro del silencio no las hace callar.
Es un rincón en el tiempo, en donde las columnas y sus arcos de pizarra sustentan el transcurrir, con sus historias impregnadas en sus paredes en los suelos y en los huecos de los techos de aquellos lugares recónditos.
Las ideas fluyen y recorren los rincones bajo el fulgor del misterio que entra por sus techumbres sin cesar, la luz del silencio que iluminan los oscuros recintos del lugar. Es un paraje que te sorprende sin parar, donde desemboca los senderos de las aguas del escarbar, de los suspiros de otros, del trabajar.
Sus árboles dan fe de la eternidad, la inmortalidad que deja al tiempo atrás, sin más preámbulo el eco del silencio sonar.
Al tejo milenario
– San Cristóbal de Valdueza-
Te he concedido la vida
Un devenir sin tiempos
Inmortales parecen tus raíces
Sin edad.
Tu infinito tronco milenario,
Recodo de soledades,
Sostiene tu belleza muda como
Ofrenda a la tierra que alienta.
Estás hecho de misterio y de silencio,
de esa hermosura quietud que dan los años,
adquirida en el arcano temblor
de lo incierto.
Sólo el aire desmelena tu hermosura,
Cuando esparce el aroma de tus ramas;
sólo el viento pregona la sencillez
De tu grandeza.
Tú perteneces al reino de la sombra,
cobijado en la memoria de los que se fueron,
y te entregas como símbolo de lo eterno.
Ciego ha sido algunas veces, tu destino
al albur del olvido y la metralla.
Pero nosotros, fugitivos de la noche,
estremecidos por la duda, te buscamos;
mientras tú. árbol milenario,
sigues mudo,
sin oír que mi mirada
anhela la eternidad que tu pregonas.
Junto a ti la luz se vuelve tibia, cercana,
se siente una voz sin hebras
acunada por el misterio.
Venimos aquí a vivir un tiempo
sin reloj, sin calendario;
y nos dejas absortos, sobrecogidos,
prisioneros de un no sé qué
confuso, entreverado de emoción
y de nostalgia.
Tú viejo amigo imperecedero,
Calladamente derramas tu sombra;
tu sombra de soledad.
Julia Enciso Orellana y Miguel Pérez Pérez.
No es un sitio, no es un pueblo, ni aldea es el camino del valle del silencio que tienes que recorrer para poder sentir que la vida es un camino que hay que andar y que el susurro del silencio te acompañe en tu pesar, juntos podréis descubrir la ansiada inmortalidad.
Le dedico este post a la gerente del Hotel Rural, María. Por su hospitalidad y ayuda y por la gran dedicación que da a sus huéspedes.
Un abrazo fuerte, nos volveremos a ver en el camino del Valle del Silencio, Tebaida Berciana